3 de septiembre de 2013

Seda- Ganzi- Manigange



Tortuosa pista de tierra la que une las poblaciones de Seda y Ganzi. Lo peor no es el estado de la carretera al que uno ya se va acostumbrando, es que la furgoneta que nos lleva de tanto circular por estas pistas tiene machacados los amortiguadores y a mí me ha tocado sentarme en los asientos de atrás por lo que en cada bache, y hay uno detrás de otro, salto del asiento y mi cabeza golpea el techo. A los cinco minutos ya tengo la cabeza como la de Poli Díaz.
En estas circunstancias las siete horas que se tardan en recorrer los 192 km se me hacen un tanto pesadas, y eso que la compañía no puede ser más variopinta. Cualquiera fliparía al meterse en una furgoneta con semejantes personajes sacados de una película, pero a estas alturas del viaje parece que los más sorprendidos son ellos.





En el asiento de delante de la furgoneta va un monje de la secta Gelugpa, que no se que ha bebido pero cada dos horas pide al conductor que pare para bajarse del coche y casi en la misma puerta ponerse de cuclillas y mear o cagar (quién sabe) El habito le tapa pero entiendo que no lleva unos calzoncillos debajo pues no se baja nada.
En la primera fila de asientos va una anciana tibetana con un largo y canoso pelo recogido en dos largas trenzas atadas entre sí donde termina la espalda y decoradas con unas bolas enormes de color marfil. De su cuello cuelgan muchos y largos collares y en sus manos una mala (collar de cuentas que usan los budistas) de madera que no para de mover. Junto a ella el que debe ser su marido, un anciano con una cara tan arrugada que juraría que tiene ciento cincuenta años, aunque posiblemente no tenga más de sesenta, lleva un abrigo negro que debe tener la misma edad que él, y que parece no haberse quitado nunca. En su mano derecha una rueda de oración que no para de mover a la vez que murmura con sus rezos durante las siete horas de viaje y que parece que cuando nos vamos a dormir todos, el levanta de un suspiro el tono para despertarnos y continuar con el mismo tono ese que adormece poco a poco. En ambos su cara refleja la dureza de este clima.  El aspecto de esta gente, su forma de vestir, sus tradiciones, no ha cambiado en cientos de años, siguen formando una sociedad feudal y su vida gira en torno a sus creencias religiosas.
Al lado de éste, un chico joven que puedo asegurar una de dos: o que en su vida ha visto un occidental o que se ha enamorado de mí, pues de las siete horas pasa seis girado mirándome. Ha debido terminar con una tortículis de tanto girar el cuello que le va a durar semanas.
Por último junto a mí, el que debe ser su padre, un auténtico y apuesto vaquero con sombrero de cowboy adornado con una pluma de ganso, ojos verde esmeralda, pendiente de aro plateado que termina en una enorme piedra azul turquesa y que del peso le ha estirado tanto el lóbulo de la oreja que ahora reposa sobre su hombro y larga melena negra. Lleva una chaqueta típica de la zona, con unas mangas de metro y medio que sirven de bufanda pues el brazo derecho siempre se lleva fuera y unas botas de montar. Despide un olor a leche de yak tan profundo que marea.
Y por último, junto a él su mujer, también sacada de una película del oeste, con un vestido largo de seda, una camisa blanca con un cuello de encaje y una pamela con bordados atada a la barbilla. Sus dos premolares están cubiertos con fundas de oro.
De todos, el más normal es el monje.







Llegamos a Ganzi, no ha parado de llover en todo el día. Visito el monasterio y de camino paso por una calle llena de locales con mujeres de mal vivir, todas Han. No me imaginaba esto en esta zona ni menos en un pueblo de este tamaño. Me pregunto quiénes serán sus clientes.






A la mañana siguiente me despierto de madrugada y salgo a la calle en noche cerrada. Parece que estoy huyendo de algo, pero simplemente me propongo hacer una etapa de 30 km andando hasta un monasterio que admiten huéspedes. Hace frío y ha estado toda la noche lloviendo. Cuando amanece empiezo a observar que las montañas de enfrente están cubiertas de nieve. Yo estoy a 3.800 y las montañas no tendrán más de 4.200.
Llueve y tengo frío así que pruebo a hacer autostop. El primer camión que pasa me para. Pasamos por el monasterio, pero no hace día para pasear por los prados y últimamente he visto demasiados monjes, así que me acoplo en el camión 120 km hasta MaNiGanGa. 





Son las diez de la mañana pero he madrugado tanto que tengo hambre así que me meto en un local a comer y me sucede lo más sorprendente del día: ¡dentro hay un occidental comiendo! nos quedamos ambos bastante sorprendidos. Es un francés de unos sesenta años. Apenas sabe inglés y empezó su viaje en Turquía hace seis meses. Comemos juntos y nos despedimos. Dejo mi mochila en el restaurante y me voy hasta un precioso y sagrado lago alpino llamado XinLuHai, situado a los pies del Monte Chola de 6.168 m de donde descienden dos enormes glaciares. Me paso allí todo el día paseando alrededor, completamente solo, disfrutando de tanta belleza. Los 15 km hasta el lago los hago a dedo con camiones que van y vienen hacia Dege.






4 comentarios:

  1. Hola, viajeros: un día indagando sobre viajes por sitios remotos conecte con vuestro interesante blog con ideas fantásticas sobre sitios desconocidos. Os seguiré con curiosidad. David

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  2. Me ha encantado vuestro relato del 21/oct/13. Además, lo contáis de una forma, que me hace vivirlo en paralelo con vosotros. Cuidaros. Ira

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  3. Muchas gracias!! me encanta que os guste. Un abrazo

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  4. Mis adorables aventureros, que interesantes son todos vuestros relatos junto con los comentarios y peripecias por las que vais pasando!!! a lo largo del camino recorrido de vuestras vidas.
    Un gran beso para los dos!!! Maribel.

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